Cómo afecta la separación a nuestros hijos
No resulta sencillo determinar unas consideraciones generales. Hay demasiadas variables que pueden determinar la forma con que cada niño expresa su malestar ante la ruptura de sus padres. Algunos padres pueden pensar que es lo mejor para sus hijos dado que el ambiente en casa era muy malo. Otros afirmarán imprudentemente que a sus hijos no parece haberles afectado dado que no suelen hablar del tema. Sea como fuere, la realidad es que siempre hay consecuencias, sea en el presente o en el futuro.
Uno de los factores más determinantes es la edad en la que se produce la separación. Algunos estudios avalan la hipótesis de que cuanto más pequeños son los niños, más importantes son las consecuencias (a partir de los 2 años aproximadamente).
Estudios recientes (Cantón y otros 2.007) parecen demostrar que la separación o divorcio de los padres tienen efectos negativos importantes en los hijos que lo sufren. A continuación exponemos algunas de las reacciones habituales, si bien, su aparición, gravedad o frecuencia, dependerá de la edad del niño, su temperamento y otras circunstancias de su entorno.
a) Infancia (2 a 6 años)
En los más pequeños son habituales conductas regresivas como volverse a hacer pipí en la cama, chuparse el dedo, infantilismo, querer dormir con los padres, miedos, ansiedad, etc. También rabietas, necesidad de llamar la atención constantemente, ansiedad de separación (al dejarlo en la escuela u otros). Vinculación excesiva normalmente con la madre que se ve desbordada y no entiende lo que pasa. En ocasiones, el niño, pasa de la agresividad o al menosprecio a la búsqueda de un afecto incondicional (abrazos, besos, promesas de que se portará bien, etc.). -Alteraciones en el patrón de las comidas y el sueño. -Quejas somáticas: dolor de cabeza, estomago, etc. no justificadas. -Negarse a ir a casa de uno de los progenitores (normalmente el padre). -Apatía, introversión, mutismo ante nuevas personas. Dificultades para relacionarse o jugar. |
b) Niños (de 7 a 12 años)
En esta franja de edad, los niños ya disponen de mayores recursos verbales lo que en cierto modo les ayuda a exteriorizar sus sentimientos. Pueden seguir presentes los diferentes síntomas antes expuestos en uno u otro grado. No obstante, hay que añadir, según las características del niño las siguientes: -Comportamientos y conductas de recriminación a los padres con la esperanza de intentar unirlos de nuevo si siguen sin aceptar la realidad. -Conductas manipulativas, de menosprecio o rencor a alguna de las figuras paternas paralelamente a la idealización de la otra (asimetría emocional).Esto puede agravarse según las actitudes que tomen los adultos que rodean al niño. -Sentimientos de culpa, conductas de riesgo, baja autoestima, dificultades en las relaciones con sus iguales, baja tolerancia a la frustración, agresividad. -Pueden aumentar la hiperactividad e impulsividad. -Deterioro en el rendimiento escolar. Niños que habitualmente eran buenos estudiantes empiezan a tener dificultades. |
4- Afrontar el problema
Tal como hemos ido comentado, no es posible plantear unas orientaciones generales que nos sirvan para todas las familias, todos los procesos de separación y que obedezcan a las diferentes realidades de cada pareja e hijos. Cada caso requerirá la aplicación de unas u otras estrategias en función de todas las variables existentes. En muchas ocasiones, deberá ser el profesional de la psicología el que sirva de punto de referencia para mediar en todo el proceso. A partir de aquí intentaremos aportar algunos de los puntos básicos que deberemos tener en cuenta para minimizar los riesgos en el sufrimiento de nuestros hijos y el propio cuando se produce la separación.Toda separación supone un proceso de duelo, de readaptación a nuevas circunstancias vitales. No obstante, los más pequeños son las víctimas más propicias. A la poca comprensión de lo que sucede se les une, en muchas ocasiones, las constantes batallas legales por la custodia de los hijos con cambios constantes de domicilio (según régimen de visitas) y en los que el niño se convierte en una especie de paquete que viaja de un lado a otro. Es el perfecto escenario para menoscabar su seguridad emocional y que empiecen a aflorar todos los síntomas de una vinculación insegura.
Es básico que independientemente de las diferencias que como adultos tengan, los padres sepan ofrecer al niño un marco único, un mensaje claro de que siguen siendo lo más importante para ellos. Que pese a no vivir juntos estarán unidos en sus necesidades y proyectos y que incondicionalmente estarán a su disposición.
En niños de 2 a 5 años es fundamental, tras la separación, que en la medida de lo posible introducir los menos cambios posibles (visitas, escuela, casa, etc.) al menos de entrada. Los pequeños necesitan reforzar su vinculación con la principal figura de referencia (normalmente la madre) tras la separación y la partida de uno de los progenitores. Ello es debido a la necesidad de compensar una situación que no comprenden pero que la viven con angustia (en especial si han presenciado discusiones acaloradas, insultos o malos tratos).
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